Rosas eternas

Queridos lectores: ¡Argggg! Estoy algo enojada conmigo misma. Ya había escrito la entrada y fue un relato que me encantó pero por errores de Internet, la perdí. Me odié por no haberla guardado. Intentaré replicarla pero… sentimientos adversos habitan en mí. Perdón.

Cuando murió Juan Pablo, mi mundo se vino abajo y se destruyó, pues desde que tenía 17 años él se convirtió en mi vida entera. Además, de que ha sido la única persona a la que he amado con locura.

Hoy tengo 54 años, tres hijos de él y un futuro incierto frente a mí. Hay días en los que ya no quiero seguir sin su presencia pero mis hijos, los cuales, por cierto, ya no dependen mucho de mí, no han dejado que me deje vencer. Dicen que algún día encontraré a alguna persona que llegue llenar el vacío que su padre dejó en mí.

Ellos no saben que eso no va a pasar, ya que yo me prometí amar a su padre para siempre y, a pesar de que ya no estamos en el mismo mundo, pienso seguir con mi promesa; al igual que él.

Recuerdo que él, cada fecha importante, me dejaba una flor en un libro abierto con unas oraciones subrayadas, las cuales eran frases, citas sólo para mí. Yo las anoté todas en una libreta que él me regaló en nuestra primera cita y aún la conservó abajo de mi almohada.

Las rosas también las tengo; están en todos los rincones de mi cuarto. Mi hija Lesli me ha insistido de que me deshaga de ellas pero no comprende que verlas cada día al despertar me hace aferrarme a la vida, ya que hace algunos días encontré un libro abierto con una rosa marchita.

No había ninguna frase subrayada pero sé que la dejó mi amado. Sé que su mensaje fue claro: «disfruta lo que te queda de vida, yo estaré esperándote para siempre como esas rosas eternas que tienes en nuestra habitación».

Anne Kayve

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