Queridos lectores: después de una larga espera, he regresado. Sé que esta vez me tardé más que las anteriores, pero a veces se necesita un tiempo a solas para volver con más fuerza que antes. Espero que sea así. Por el momento, los dejo con el siguiente micro-relato. Volvemos a la programación que tanto les gusta, ¿Están listos?
Gael lo está haciendo de nuevo: me está acosando. Esta vez no le bastó con quitarme mi comida, sino que ahora me está incitando a robar en la cooperativa. Yo, entre lágrimas y ruegos, le dije que me pidiera otra cosa, pero se negó rotundamente. Creo que su mayor deseo era verme humillado.
-Y si no lo haces, ya sabes qué te puede pasar -Me dijo golpeando su propio puño con fuerza.
Mi instinto me hizo dar un paso atrás y su sonrisa malvada me petrificó. Sabía que no bromeaba.
Le cuento a mi Diego, mejor amigo, y me dice que no queda de otra si quiero seguir vivo y, luego, al ver mi preocupación, se ofrece a vigilar para que ningún profesor se dé cuenta de lo que estoy a punto de hacer. Le agradezco en silencio.
Las clases antes del receso se pasan rápido, más de lo normal y yo sólo maldigo el reloj cuando veo que ha avanzado.
La chicharra que anuncia el principio del receso suena y yo no me muevo de mi lugar. Estoy en shock, pues ha llegado el momento que tanto temía. Diego me saca del ensimismamiento y me incita a bajar.
Yo empiezo a respirar con dificultad.
Nos acercamos a la bodega en donde los de la cooperativa guardan sus cosas y volteamos a ambos lados. Al parecer, todos los profesores cercanos están distraídos.
-¡Ahora! -Susurra Diego y yo me escabullo en ese cuartito gélido y frío. Cierro la puerta detrás de mí para que nadie me observe desde afuera. Veo una montaña de empaques de dulces y jugos. Estiro la mano para alcanzar unos cuantos, y por mi mente cruza la idea de correr y pedir ayuda a alguien mayor. Decirles que esto es un error y que quiero que me protejan de ese abusivo grandulón. Que yo no soy así, que yo soy bueno. Que sólo lo estoy haciendo por presión. Unas amargas lágrimas empiezan a correr por mis ojos cuando agarro mercancía.
Estoy a punto de echarme a correr a la salida, cuando veo que alguien está abriendo la puerta. Pienso en esconderme, pero ya es tarde: me ha visto. Me quedo congelado y veo como la maestra de química se acerca con gesto preocupado y confundido:
-¿Qué estás haciendo?
-Yo… No… ¡Me obligaron! -Lloriqueo.
Ella llama al prefecto y yo no muevo un sólo músculo. Aunque quisiera esconderme, el delito se encuentra en mis manos.
Cuando llega el encargado de cuidar los pasillos, me escoltan ante la directora. Trato de encontrar a Diego al cruzar el patio, pero no hay rastro de él. Por dentro, siento una punzada de odio y tristeza. Me ha dejado solo, como mi papá, como mis abuelitos…
Entramos a la dirección y me ordenan que me siente. Todos los adultos están muy serios. Sé que no estuvo bien lo que hice, pero ellos deben entender que no quería hacerlo, que sólo quería protegerme a mí mismo.
La directora, una mujer alta, de cabello rojo y con semblante duro, me examina atentamente y me pregunta con calma la razón de mi fechoría.
Yo respiro profundamente y entre lágrimas susurro:
-Me obligó Gael, me dijo que si no lo hacía, iba a pegarme.
Ella observa con cuidado, buscando alguna pizca de mentira, pero al parecer nota mi sinceridad, así que empieza a indagar más sobre ese chico y yo en el fondo sé que lo peor ha pasado. Por fin logro ver… destellos de esperanza.
Anne Kayve
Deja una respuesta