Mi último deseo

Queridos lectores: creo que últimamente estoy algo sensible con respecto a las enfermedades. Espero no se haga una costumbre y que, e pesar de eso, disfruten el siguiente relato, ¡Les deseo un hermoso comienzo de semana!

Tuve cita con el doctor, un tal especialista en ojos. Mi hija me estuvo insistiendo por meses que fuera, ya que aseguraba que yo ya no veía bien, pero nunca le hice caso porque, aunque sabía que era cierto, quería engañarme a mi mismo diciendo que yo no necesitaba tal cosa. Sin embargo, el día que me corté un dedo por no ver bien en donde iba a cortar el cuchillo, llamé a mi hija pidiéndole que me agendara una cita.

Ella agradecida de mi afirmación, la programó para el día siguiente y yo no pude dormir bien esa noche, ya que tenía mucho miedo del diagnostico que pudiera darme ese especialista. Una parte de mí, sabía que no sería nada bueno, pues jamás le puse especial cuidado a mis ojos y ahora estaba cargando con las consecuencias.

La hora temida llegó y no me quedó más que alistarme para ir. Mi hija llegó por mí y me llevó en su auto. No hablé mucho en el camino y ella tampoco, ya que me conocía demasiado bien y sabía que sí llegaba a decir algo errado, yo cambiaría de inmediato de opinión y le pediría que me regresara a casa, ¡Inmediatamente!

—Todo irá bien, pa —Dijo cariñosamente, cuando me señaló el consultorio —Yo esperaré aquí.

Toqué la puerta y una voz amable me dijo que pasara. Cuando lo hice, mi sorpresa fue muy grande cuando me di cuenta que el que me atendía era una persona más o menos de mi edad.

—Soy el doctor Raúl —Se presentó de manera educada y me invitó a sentarme.

Le expliqué mis molestias y me examinó los ojos. Me dio mucho miedo cuando me percaté que de un lado la luz que proyecto en ellos no se veía. Jamás me había pasado, todo se limitaba a ver borroso.

—Tengo malas noticias, señor Abraham —Empezó despacio y luego soltó: —Tiene una ceguera progresiva. Muy avanzada. En unos meses, dejará de ver totalmente. No hay tratamiento para eso, lo lamento.

—¿Ningún tratamiento? ¿¡Ninguno!? —Pregunté alarmado. En mi pecho empecé a sentir un vació que sólo había sentido con la muerte de mi esposa.

El doctor negó con la cabeza y me recetó algunas cosas para disminuir las molestias. Le di las gracias de manera cordial y me retiré, con mi cabeza dando vueltas.

Mi hija estaba esperándome con esa gran sonrisa que se parecía a su madre y yo le dije que todo estaba bien; no quise decirle la verdad porque eso significaría hacerlo real y no estaba listo para hacerlo.

Luego la observé detalladamente y me prometí que ella sería la última imagen que vieran y guardaran mis ojos. Ese era… mi último deseo.

Anne Kayve

Imagen de TheDigitalArtist en Pixabay

8 respuestas a “Mi último deseo

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  1. Bien logrado…tierno, compasivo…y la preocupación por las enfermedades propias o ajenas metemo que esuna etapa por la que todos pasamos.Desgraciadamente hay quien lo hace precozmente…si no es así, solonos queda acompañarnos y acompañar en ese duro camino.Ánimos

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  2. Se me ha hecho un nudo en la garganta. Es triste que un padre que quiera tanto a su hija tenga que vivir con el dolor de saber que dentro de un tiempo no la volverá a ver. Pero a veces no se necesita la vista para amar, sólo un gran corazón y este padre tiene uno enorme. Una gran entrada. 💕😘👌

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    1. Tu comentario me ha logrado sacar una sonrisa. Me alegra que te haya gustado y te haya hecho sentir todo eso. Y sí, tienes razón, no se necesita a veces vista para ver, sino un gran gran gran corazón.

      ¡Un abrazo y muchísimas gracias!

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